Seguro que en muchas ocasiones has escuchado que alguien de tu alrededor está atravesando por una “crisis vital”. La vida trae consigo en muchas ocasiones cambios significativos que nos generan malestar, como los cambios de la adolescencia, la pérdida de un ser querido, cambios en la carrera profesional o conflictos en las relaciones interpersonales. Puede que sea la acumulación de pequeños cambios o simplemente puede que te sientas mal y no sepas por qué. Esto puede hacer tambalear nuestra vida, nuestro equilibrio emocional y nos sumerjamos en el cuestionamiento, confusión, una intensa disconformidad, sentimientos de angustia e incluso desesperación.
Hacer frente a todos estos cambios a veces puede resultarnos una tarea difícil, ya que puede suponer salir de nuestro lugar seguro, tomar decisiones y enfrentarnos a la incertidumbre que conllevan. El malestar, el miedo, la desesperanza, forman parte de la existencia humana. Nos han enseñado que lo natural es estar siempre bien, por lo que puede resultarnos difícil ver la vida como un camino en el que encontraremos subidas y bajadas, en el que en muchas ocasiones nos enfrentamos al sufrimiento.
Hay momentos a lo largo de la vida relativamente tranquilos y estables y otros que conllevan dificultades pero también supone aprendizajes. Una crisis vital no es necesariamente una experiencia negativa, puede ser un punto de inflexión, un motor de cambio, una oportunidad para reevaluar las prioridades de tu vida, tus valores, tus metas y comprometerte de una manera más auténtica y significativa. Promueven la toma de decisiones, la reformulación de nuestros valores y el replanteamiento de nuevos objetivos en nuestra vida. Aunque para esto, en muchas ocasiones, necesitemos tiempo para ir descubriendo un nuevo camino e ir superando nuestros miedos hasta que podamos volver a sentirnos seguros.
Cambiar el rumbo de nuestra vida, contactar con nuestras verdaderas necesidades, descubrir hacia dónde queremos ir y adoptar formas de vivir congruentes con nosotros mismos.